Opiniones religiosas sobre Manuel de Falla
CÓMO VEÍAN A MANUEL DE FALLA
Francis Poulenc
En una entrevista en la que se elogia la sobriedad de El Retablo de Maese Pedro, Francis Poulenc da la siguiente noticia de su último encuentro con Falla, en una iglesia veneciana en 1932: «Nada más entrar en la iglesia, Falla se puso a rezar, y así como cuentan que ciertos santos en éxtasis desaparecen súbitamente de la vista de los profanos, yo tuve esa misma impresión con Falla. Al cabo de un tiempo, decidí marcharme, así que me acerqué a él y le golpeé suavemente el hombro. Me miró un instante, sin verme, y se sumergió de nuevo en sus oraciones. Salí de la iglesia, y desde entonces no lo volví a ver… Para mí esa última visión de un músico al que tanto he querido y admirado es… ¡como una especie de Asunción!».11. Francis Poulenc, My Friends and Myself (Londres, Dennis Dobson,1963) p. 91.
Walter Starkie
Cuando llegué a casa de Falla en 1935, no lo había vuelto a ver desde hacía años. En el intervalo, la cara se le había demacrado, descarnado más aún. Yo me acordaba de él tal como lo había encontrado en 1921, aún con todo el ardor de sus creaciones, de la desenfrenada Danza del fuego y de El sombrero de tres picos, un intelectual enfrentado a un tropel e demonios andaluces. Ahora, era un monje ascético, cuya vida se desarrollaba entre meditaciones en su celda y ensueños en su jardín. 22. Walter Starkie, Spagne. Voyage musical dans le temps et l´espace, vol.II (Paris: Rene Kister,1959) p.150
Juan María Thomàs
Los cantores iban leyendo el Ave María, colocados de espaldas de Don Manuel, que se había sentado al fondo de la sala. Dirigía yo sobre un pequeño estrado y a los pocos momentos vi como nuestro genial oyente se levantaba y con los ojos fijos en el coro, iba acercándose lentamente, moviendo la mano y llevando el compás. Andaba abstraído, como enajenado cual si estuviese soñando. Llegó hasta mí. Sin interrumpir el canto, le hice subir al estrado del cual bajé. Su mano seguía moviéndose… y los cantores seguían dócilmente sus movimientos sin previa advertencia alguna. Don Manuel dirigía con la mano, con la mirada, con el semblante. Más bien que dirigir, rezaba. Parecía tener en las manos un invisible rosario de lenguas de fuego. Y con él abrasaba las lenguas de los cantores que repetían alternativamente el fortísimo y pianísimo Santa María, Mater Dei… Terminó la lectura. Después del suavísimo Amén se produjo un silencio impresionante. Todos los ojos estaban húmedos y todos los corazones latían fuertemente. Y nosotros, después de presenciar esta demostración, podemos concluir: así sentía el Maestro la polifonía y la oración.