14/10/2022
Escrito del compositor Rafael Rodríguez Albert en 1972.
Archivo de la Biblioteca Nacional de España: Sección de Música, signatura: M. Ralbert/70.
“Una noche granadina, fría, hace treinta años, un niño (calculo que vivía su primera década) cantaba, suspiraba, dijérase revoloteaba de mesa en mesa en el Café «Bib-rambla». La gente, callada, atenta, como suspendida, dábale su aplauso y un «chavico». Yo, sentado en mi sitio, estaba absorto, como en un sueño del que todavía no he salido, ni lo intento. Hice llamar al niño, le gratifiqué, le pregunté su nombre y sus años y, tras una respuesta rápida y fugitiva que no entendí, marchóse con prisa de alas por la nocturnidad que nos separó hasta hoy, sin llevarlo a mi casa para abrirle un regazo de emoción. Repetí mis visitas a «Bib-rambla», hice indagaciones en busca de su paradero… Todo inútil. Cante jondo, sí, «canto profundo», escondido, lejano y próximo a la vez, como desde donde arranca hasta donde se posa. ¡Granada! No puedo imaginar que sea en otra parte del globo. Aquel niño, aquella voz jamás vuelta a oír ¿vivirá, y con ella la sobrenaturalidad de su cantar?
Melismas, trinos, gamas en sus variantes modales, la cadencia en fin, vista en escala descendente por don Manuel de Falla en su «Paño moruno», o hallada hacia arriba buscando lo infinito en la bellísima melodía del «Adiós Granada», al cantar «campana dobla», mantenida la nota alta con su «a», hasta perderse; todo esto y lo que más allá se oculta al conocimiento, se lo llevó aquel (creo yo) «churumbel», buscando en la noche, acaso el apuntar del día, sentido por –otra vez– don Manuel en su «Amor Brujo», para teñirse de aurora y dorarse del sol que inunda la tierra andaluza. Encontremos el «cante» en su pura esencia cuando el inmaculado corazón del niño, virgen de toda enseñanza, nos lo da. No lo busquemos atrás, lejos. Ni los Santos Eugenio e Isidoro nos lo darán en sus sabias aportaciones, ni el Arcipreste de Hita en su «Libro de buen Amor», ni Juan del Encina, ni Cabezón (con sus «Tientos»), ni los vihuelistas romanceros, artífices de la guitarra, ni los decimosextos geniales andaluces (Morales, Guerrero, …). Su encuentro está a flor de piel, en la naturaleza que nos vio nacer, de donde nace el «cante jondo», profundo y elevado a la vez; en el subsuelo, por debajo de sus ríos, de los ríos andaluces, por encima de sus montes, en sus cimas y cumbres, estribaciones y cresterías, mirando desde la superficie a lo alto en que se vive cantando lo profundo, lo «jondo», como en Granada hacia la Alhambra, Albaicín, Sacromonte y Sierra Nevada, o filtrándose hasta más hondo que el Darro y el Genil.”
… “El Concurso de «Cante Jondo» en 1922, repetido ahora, media centuria después, evoca con fidelidad un principio y un lugar, el único que el genio de la historia, por sus hechos, nos confiere sin disputa para sazonar el fruto que nació, venga de donde y cuando viniere: Granada, guardadora del tiempo en sus entrañas ¿qué importa la irrupción gitaneril, llevada por los vientos a lejanías en dispersión por nuestro mundo, si en Andalucía se aviva el celo, procrea, crece, siente y canta su sentir con intensidades de amor, dolor, llanto y alegría, con temple y fuerza de inmortalidad?”.